martes, 23 de junio de 2015

ANTARES TRAS LAS HUELLAS DEL QUIJOTE









El pasado domingo, 21 de junio, Antares pudo disfrutar de una actividad  cultural muy especial que queremos compartir con todos vosotros. Tuvimos la oportunidad de participar de la Ruta literaria- teatralizada que realiza Enclave Cultural, empresa criptanense de servicios turísticos.

Enclave Cultural, en colaboración con Antares, nos adentró en el Quijote con una selección de algunos de sus capítulos y de sus personajes que fueron guiándonos por el Albaicín criptanense en busca de Alonso Quijano.

La ruta comenzó en el Pósito y terminó a los pies de los molinos donde descubrimos que Don Quijote está más cerca de cada uno de nosotros de lo que pensamos. En el camino, el candelero fue guiando nuestros pasos e introduciéndonos en las aventuras, capítulos y algunos de los muchos personajes de esta novela que todos conocemos pero que no todos hemos leído. Ahí estaban el cura, Pastora Marcela, Aldonza Lorenzo…


Una actividad diferente, bien hecha y divertida que Enclave Cultural quiere compartir no solo con quienes vienen de fuera sino también con quienes vivimos en este lugar de la Mancha. Antares os lo recomienda. La próxima cita será el 11 de julio. 




Texto y foto: Laura Figueiredo                                                                                                










viernes, 19 de junio de 2015

RELATOS GANADORES "CERTAMEN ANTARES 2015"

Ya ha pasado un tiempo y nos apetece volver a escuchar, o mejor dicho leer, los relatos ganadores del Certamen de este año. 
Muchas gracias a todas por enviarnos sus historias, seguramente salidas del alma en su mayoría y escritas con el corazón convertido en máquina de escribir, o en bolígrafo las que vinieron manuscritas. Por ello les dedicamos la máxima atención y las leímos con el mayor de los respetos, haciendo nuestros esos sentimientos que nos llegaron a emocionar.





Recibimos historias de amor entre guerras, penurias vividas en tiempos negros...Porque el corazón tiene memoria y muchas veces no puede olvidar...
Alguna que otra historia aprovechaba la ocasión para denunciar aquello que a su parecer es injusto...Dándole forma para expresarlo a través de un relato cargado de incertidumbre
Otra historia que, como mujeres, nos hizo enfadar...El marido que no comprende la pasión por escribir que tiene de su mujer.
Recibimos diálogos con el corazón, un corazón que a veces es tormenta y huracán en erupción, y otras parece una mitad partida por la mitad.
Historias de sentimientos encontrados, lágrimas que se tornan rojas...La esposa de un coronel nazi enamorada de un judío y...eso cambió las reglas, denunciándose a sí misma 30 años después.
Relatos de cajas maravillosas y mágicas de las que salen letras para enseñar a leer a muchachos de barrios marginales con ganas de aprender...
Objetos inanimados protagonistas de algunas de ellas, como una máquina de escribir muy reivindicativa que acompañaba a su dueña, Clara Campoamor, en los viajes ...O una lámpara que habla y ve cómo ha pasado la vida de su dueño tocando con los nudillos en los cristales de las ventanas.
Tampoco faltó la historia con dos protagonistas especiales este año conmemorativo, Don Quijote y Sancho.
Y sentimientos ¡Qué importantes son los sentimientos si son de soledad al final de la vida, contados con todo el cariño deseando que a los hijos les llegue un amor intenso y verdadero como el de sus padres!
Y cuentos que hicieron latir fuerte el corazón con las historias contadas por una abuela en una escalera mágica.
O los recuerdos...tan fundamentales en nuestras vidas acompañándonos hasta el final....


                                             

Aquí transcribimos los escritos tal y como nos los hicieron llegar sus autoras:



1º PREMIO

"DIÁLOGO DE INTERIOR"

de Carmen Vela Muñoz







Colgó el teléfono con calculada lentitud, encendió un cigarrillo y se dejó
caer en el sofá. El día apuntaba sus primeras luces que, furtivamente, se
colaban en la habitación a través de la ventana, yendo a posarse en los
numerosos cristalillos que pendían de la añeja lámpara del techo,
transformándola en un animado tiovivo de colores. Miguel detuvo su
mirada en ella, sin verla; sus ojos dejaron asomar apenas unas lágrimas.

Nunca imaginé que pudieras llorar

Ni yo que tú hablaras

Bien, y ahora que nos hemos descubierto, ¿por qué no me cuentas algo
de ti?, siempre tan reservado, tan frío, ¿acaso eres de los que andan por
la vida aparentando dureza para esconder su debilidad?

Es posible pero nunca me he parado a pensarlo, pensar requiere
asomarse al interior de uno mismo y eso siempre me ha producido
vértigo; tengo demasiadas dudas, mi vida está colgada de numerosos
interrogantes,

Eso en mayor o menor medida le ocurre a todo el mundo y no por eso
van por ahí dándoselas de duros,

Oye, para ser una simple lámpara parece que entiendes mucho de la vida
no?

Es por mi situación; desde aquí arriba se ve todo con mucha perspectiva y
como no tengo otra cosa que hacer!

Pues si, tienes razón, me las doy de duro, pero en mi caso debía ser así;
lo aprendí muy pronto, a la fuerza, me lo enseñó mi padre; desde donde
alcanzan mis recuerdos crecí con la ausencia de mi madre a la que no
conocí; una noche mientras cenábamos le pregunté por ella; se levantó
con repentina brusquedad y acercándose a mi me propinó dos
contundentes bofetadas como respuesta; aprendí la lección y no volví a
preguntar jamás pero nació en mí el primer interrogante,

¿Y tu hermano... no dijo nada?

No se atrevió a levantar la mirada del plato,

Y más tarde, cuando os quedasteis solos ¿tampoco dijo nada?

No, entre nosotros existía poca comunicación; nuestra vida transcurría
trabajando con mi padre en la huerta y ayudándole a vender las verduras
en el pueblo,

Pero iríais a la escuela, desde aquí arriba te he visto pasar horas leyendo,

No, no fuimos a la escuela, pero en las temporadas que mi padre tenía
menos trabajo, por las tardes íbamos a casa del maestro.

Miguel, a su pesar, comenzó a desgranar recuerdos que le hacían revivir
la tristeza de aquellos años. Entre los recuerdos se reveló ante sus ojos
uno que posiblemente fuese de los pocos felices de su vida. Se veía
saliendo de la iglesia el día que hizo su primera comunión, las vecinas y
algunas conocidas se acercaban a él para obsequiarle con un abrazo o
un gesto de cariño, suficiente para alguien que no había sabido de
cariños ni ternuras y que por primera vez era centro de atención; en aquel
momento se sintió querido y fue feliz.

No te comprendo, evocas un instante de dicha pero tu gesto te
contradice,

Tienes razón, intento pasar de puntillas por los malos momentos y
seguramente, a mi pesar, sean los que más me hayan marcado, ellos
están ahí, como fieles guardianes, señalando el camino por el que ha
discurrido mi vida; la incomunicación, la soledad... cualquier cosa para no
sufrir, porque ¿sabes? aquel día, que fue uno de los más felices, también
fue uno de los más desgraciados porque le vi la cara amable a la vida y
supe que no se la volvería a ver; esa noche lloré, lloré hasta quedarme
sin lágrimas; fue entonces cuando decidí cerrar mi corazón a cal y canto,
no quería volver a sufrir, cómo ves, me las gastaba de duro pero en el
fondo era un cobarde,

Te castigas demasiado ¿no crees

Quizá... pero ¡he cometido tantos errores!, posiblemente todo hubiera sido
distinto de haberme ido con mi hermano,

Cuándo fue eso?...

Hacía tanto tiempo. Miguel, una vez más, volvía a recordar: sucedió una
noche, cuando ya su padre dormía, el hermano se acercó hasta su cama
y susurrándole al oído, le hizo saber su plan; se marchaba de la casa esa
misma noche y estaba dispuesto a llevárselo a él también; Miguel se
asusto, apenas tenia doce años y no conocía el mundo más allá del
pequeño riachuelo que rodeaba el pueblo, por lo que renunció a
acompañarle no sin antes preguntar a donde iría. Su hermano de forma
rotunda le contestó “con madre”. Esta sorprendente revelación zarandeó
a Miguel dándole de bruces con una realidad que le dejó completamente
desarmado. Se volvió más retraído y la relación con su padre empeoró
aún más. En cuanto pudo y gracias al servicio militar, en el que se alistó
como voluntario, se alejó del pueblo y de su padre

El resto casi lo puedes contar tú, encontré trabajo y esta pequeña
buhardilla donde, por lo que estoy viendo, no estaba solo,

¿No has vuelto por el pueblo?

Sí, en una ocasión, pero si no te importa prefiero no hablar de eso,

Aunque no hables lo llevas presente, se te escapa por los ojos,

Tienes razón, ni en sueños logro olvidarlo; fue hace unos años. Nos
llamaron del pueblo; nuestro padre estaba muy mal y quería vemos.
Cuando llegamos él ya no hablaba, apenas abrió los ojos, nos miró y se
fue para siempre. Al día siguiente y después de recibir las condolencias
de los vecinos y algunos amigos, cuando salíamos del cementerio alguien
se cogió de mi brazo, me detuve y la miré, pues se trataba de una mujer;
una mujer entrada en canas, con la cara escrita por el lápiz del tiempo
que acentuaba el trazo en las comisuras de los labios, revelando la
tendencia a la sonrisa, aunque contrastaba con un aire de velada tristeza
que ensombrecía la transparencia de sus ojos, su mano, menuda, me
oprimía el brazo con cierto temblor pero su voz sonó segura cuando me
dijo: “¿no me conoces?, soy tu madre”; todo se borró de mi vista excepto
ella, su figura, sus ojos; un impulso irrefrenable me empujaba a abrazarla
resarciéndome de los años privado de su presencia, de su afecto,
mientras que de mi boca pugnaban por salir atropelladamente el rosario
de porqués que día a día había ido engarzando, sin embargo me solté de
su mano diciéndole con extremada dureza, "has tardado demasiado en
decírmelo, ¿no crees?” y me alejé. No la volví a ver, y no volveré a verla;
la llamada telefónica era de mi hermano, mi madre murió ayer,

Bien, y ahora qué, no pensarás quedarte así siempre, derrumbado bajo el
peso de tus cuarenta años,

Y, ¿qué otra cosa puedo hacer?,

Lo que sea menos seguir como hasta ahora, colgado del ayer como
esos trajes de los que nadie se acuerda y terminan olvidados en el fondo
de un guardarropa. Mira a la vida y sal a su paso, atrápala, no sigas
siendo un cobarde.

La ciudad se despertaba con los sonidos habituales: transitar de coches,
bullir de gentes, algún bocinazo impaciente, el lejano ulular de una
sirena... ecos de vida que tocaban con los nudillos en los cristales de la
ventana, Miguel aplastó el enésimo cigarrillo y dirigiéndose hasta ella la
abrió. Un viento inesperadamente fresco le saludó en plena cara. Miró
hacia abajo; los árboles mostraban su desnudez al tiempo que la calle
aparecía vestida con los colores ocres del otoño.
                                   

La vida seguía, ¿por qué no?...



                               


2º PREMIO

"PRIMERA EDICIÓN"

de Eva Barro García





Pasábamos por delante del Café Comercial. Me gustaría decir que me invitó,  y  estoy segura de que en aquel momento me creí que me estaba invitando, porque todavía quería y necesitaba creerlo, pero lo cierto es que apenas ordenó entre dientes “vamos a tomar un café”, y empujó la puerta sin ni siquiera preocuparse de si yo le seguía.
Se sentó, dejándome la única posibilidad de colocarme: frente a él, de espaldas al resto de las mesas. Y se conectó al modo “arenga ininterrumpida”, una de las dos posiciones que tenía su sistema de comunicaciones: o cogía carrerilla y era imposible intervenir, ni siquiera para darle un parabién, o se enrocaba en un silencio provocativo e inculpador. Ambas opciones me producían una irritación gástrica poco agradable.
    ¡Uno con leche y un descafeinado!
    No, espera, yo prefería… bah, da igual.
    Te lo dije veintitrés veces ya, y no me haces caso, así que a ver qué remedio me va a quedar que tomar otro tipo de medidas, después no me vengas con monsergas, que ya sabes, te atienes a las consecuencias. Que yo necesito otra cosa, que esto no puede seguir así y no va a seguir así. Quiero una vida normal, Priscila, una vida normal, la cena al llegar a casa, la ropa preparada y un poco de televisión. Que no estoy dispuesto a  salir de la oficina y tener que ir a recogerte por ahí, a la puerta de cualquier tugurio, donde cualquier tarado lee versos y lo peor, donde crees que a ti te escuchan tus paridas. Y se acabó eso de desperdiciar fines de semana arrastrando el coche por esos pueblos, cada vez más lejos, para que te den un papelito de colores, un cheque de mierda y te babee el subnormal del alcalde de turno, y encima yo, como un imbécil, haciendo de fotógrafo, que sabes que maldita la gracia que me hace. Y me da igual que te pongas para arriba que para abajo, Priscila, que esto se acabó y ya está, que todo tiene un límite y esa majadería tuya de dedicarte a escribir la corto yo de raíz ahora mismo, aquí mismo, delante de este café, que ya está bien de…
Volqué el sobrecito rojo sobre la leche, y también la dosis de azúcar, e intenté distraerme removiendo el café. Al poco tiempo, ya era un brebaje lo suficientemente homogéneo como para enfadarse si lo seguía agitando, le estaba destrozando la espuma. Había otro azucarillo en el plato y me dediqué a darle vueltas, arrastrando los dulces cristales hacia un lado, después hacia el contrario, hacia una esquinita, donde no cabía todo el contenido del sobre, haciendo dobleces con el papel del envase, deshaciéndolas para volver a golpearlo contra la mesa, suavemente, notando como el azúcar fluía entre mis dedos, jugando a ser líquido.
 Así que ya no te lo repito más, Priscila, que esta es la última vez que me pilla esta hora intempestiva de la noche en la calle, y todo para que no vuelvas sola de eso que llamas recitales, y no me vengas con la copla de la cultura, que esto no es más que una chaladura que te dio y que corto yo de raíz ahora mismo, aquí mismo, delante de este café; y no se hable más, coño, que esto ha llegado ya a un punto en el que uno pierde los estribos y termina haciendo una barbaridad, y ya te dije veintitrés veces que no aguanto más. Después se extraña la gente de las noticias, pero es que hay que joderse, lo que tiene uno que aguantar, hasta que se llega al límite, Priscila, y esto está llegando demasiado lejos, pero para eso estoy yo aquí, para cortarlo de raíz y evitar que termine en desgracia. Con lo que yo te quiero, Priscila, y tú, sacándome continuamente de mis casillas… ¿Por qué crees que te llamo varias veces al día? Si no te quisiera… Pero te juro que esto se acaba, de una manera o de otra, se acaba, y se acaba ahora mismo, aquí mismo, porque…
Eso digo yo, antes me llamaba para preguntarme dudas ortográficas, pero ahora que, por fin, aprendió a usar el corrector informático… Vacía mi taza, y agujerado el paquetito blanco, intenté que estuvieran quietas mis manos cada una en un bolsillo de la chaqueta, y fue entonces la vista la que, inquieta, buscó horizontes, dentro de sus limitadas posibilidades, huyendo de aquella prédica que se iba tornando, a cada momento, más agresiva. A mi derecha había una mesa vacía, y en la siguiente, un hombre bastante grueso mostraba unos documentos a una joven, que escuchaba, asentía, parecía pedir explicaciones, y por fin, sonrientes ambos, firmaron en todas aquellas hojas. Se fue el numeroso grupo de clientes ruidosos que estaba a mis espaldas y empezó a llegarme nítidamente la conversación más próxima. Aquella muchacha firmaba su primer contrato editorial y aquel orondo señor era, nada menos que un editor. Nunca había visto a uno de cerca, aunque sí me había planteado la necesidad de hacerlo. La chica recogió sus copias en una carpeta y se levantó; él también, galantemente para despedirla con un apretón de manos y volvió a sentarse, ya solo, dispuesto a teclear febrilmente en su móvil.
Y el resorte se disparó. Y mi cuerpo se incorporó tomando el bolso del respaldo de la silla, y mis pies me apartaron de la mesa donde aún había un café con leche, ya frío, atemorizado ante los puñetazos en el tablero que, aunque algo contenidos, le hacían saltar y derramarse, soportando aquella perorata que ya olía a peligro. Él creyó que iba al baño, y le molestó mucho que no se lo dijera, fue lo último que quise oírle. Supongo que su cara de incredulidad habrá merecido una foto, pero no me molesté en comprobarlo. Tomé asiento frente al rubicundo y bien trajeado señor.

    Disculpe que le interrumpa, no quisiera hacerle perder el tiempo, así que se lo diré rápidamente: Me llamo Priscila de la Flora. Si el nombre le sorprende, espere a saber que cuento con un inventario de premios literarios que ocupa cuatro páginas. Mi mayor ilusión es publicar, y creo que usted me ha sido providencial, pero antes, le ruego que llame a la policía sin perder un segundo, porque necesito seguir viva para disfrutar mi sueño. Por favor… por favor…







PREMIO CATEGORÍA INFANTIL

"MIS RECUERDOS"

de Andrea Molina Ortega







Ya que tengo esta oportunidad de escribir unas líneas, quiero dedicárselas a

dos personas que ya no están en mi vida en presencia porque están en el cielo,

pero sí en mis pensamientos. Esas personas que son tan importantes para mí

son mi abuelita Eloisa y mi prima Lucía.

La primera que nos dejó fue Lucía el 10 de marzo, con tan solo 17 años

después de luchar contra una enfermedad. Ya ha hace de eso 7 años y parece

que fue ayer cuando jugaba conmigo y de la noche a la mañana se puso tan

malita que me acuerdo que daba paseos con ella y le tenía que ayudar a

caminar porque iba cojeando, mi madre ahora que soy mayor me contó que

tenía que llevar peluca, yo no me daba cuenta, solo le decía que por qué

llevaba puesto en la cabeza pañuelos y ella me contestaba que tenía el pelo

sucio. A mi me llamaba la atención que su hermano la tenía que coger en

brazos para a su casa porque no tenía escaleras y ella no las podía subir.

Cuando nació mi hermana, ella quería ir a verla, y al subir al coche la tuvimos

que bajar porque le dolía mucho estar sentada. Yo era pequeña pero me daba

cuenta que mi madre lloraba mucho y no me quería decir por qué, hasta que un

día fue al colegio la amiga de mi madre a por mi y le pregunté que por qué no

venía mi madre a por mi y le dijo que mi prima se había puesto malita, hasta

que por la noche llegó mi madre y me lo contó que ya no estaba con nosotros

Lucía yo no lo entendía del todo muy bien hasta que fueron pasando días y mi

tía no parecí ella, se pasaba el día abrazando un cojín con su fotografía.

Lo que he aprendido de todo esto es que las personas queridas nunca mueren,

viven en nuestro recuerdo y pensamiento.



Y la otra persona es mi abuelita Eloisa que yo la conocí ya enferma sentada en

una silla, pero cuando llagaba a su casa se ponía muy contenta, y había que

ayudarle a caminar y le daba la mano sin decir muchas palabras, lo decía todo

con su mirada de cómo nos quería,  y cuando hacía buen tiempo la sacábamos

a pasear en la silla de ruedas y recuerdo que yo me sentaba encima de ella y

mi madre y mi abuelo se turnaban para llevarnos a las dos, como dice mi

madre que le hubiera gustado disfrutar más de su madre, que le da mucha

envidia sana cuando va una hija con su madre y van a todos los lados juntas,

como hacer los recados, y sobre todo en cosas señaladas, como el día que me

compraron el vestido de mi comunión que ella no puedo venir a verlo como

estaba enferma. Ella nos dejó en 9 de Septiembre.

¡Y qué bonito sería traer de regreso a alguien del cielo! Pasar un día con esa

persona, una última vez, darle un último abrazo, un último beso, escuchar su

voz nuevamente.

Tener otra oportunidad para decirle: ¡Te quiero! ¡Te extraño!

Y al mismo tiempo decir que aprovechemos cada segundo que estemos con

nuestros seres queridos y decirles cuánto los queremos, porque en un

momento pueden cambiar las cosas y nos podemos arrepentir.