lunes, 5 de junio de 2017

RELATOS PREMIADOS 2017

Transcribimos los relatos ganadores de este año.



1º Premio 

"TÚ NOMBRE ME SABE A TÉ"
de Julia Flores Arenas
            
               


                                     
     Si aspiro profundamente, puedo sentir el aroma de la mezcla de todas las clases de té que había en las pequeñas cajas que, cuidadosamente, estaban ordenadas en los estantes de la tienda de la anciana mujer. Si aspiro profundamente hasta tener el pecho ancho como la copa de un cerezo y si, además, cierro los ojos incluso puedo distinguir en mi memoria los matices aromáticos de cada una de las variedades. El olor tostado y tierra del té rojo o el aroma a día recién nacido del té blanco.
     Estoy en el aeropuerto. Todavía faltan tres horas para que llegue el avión en el que viene mi hermana de China, pero ya no tengo paciencia para esperar en casa. Estoy sola, he preferido que no me acompañaran mis padres aunque, supongo, que estarán en casa tan nerviosos y expectantes como yo. Miro continuamente hacia las pistas de aterrizaje tras la gran cristalera como si con ello acelerara la llegada, a la vez me fijo en los viajeros que van y vienen apresurados, en los que disfrutan del reencuentro y dan fuertes abrazos y, en algunos casos, sonoros besos. Me imagino a mí misma en esa situación y el corazón galopa por mi pecho llenándolo de amapolas. Pienso en todos los años que llevo  esperando este momento. ¡Por fin se podrán abrazar las ramas del viejo cerezo!
     Ahora me llamo Alicia y vivo aquí en España, pero antes me llamaba Mei y nací y viví en China. Mi primer nombre significa “hermana pequeña”, me lo puso mi madre al nacer, nada más verme. Yo no la conocí, solo estuve con ella mis primeros días de vida. Minutos después de nacer yo lo hizo mi hermana Xiao Chen. Su nombre significa “amanecer” y eso es ella para mí, un amanecer, un comienzo. Éramos como dos gotas de agua, idénticas, incluso coincidíamos en dos pequeños lunares sobre el hombro izquierdo. Recuerdo las veces que jugábamos con ese parecido, confundiendo a todos los que nos rodeaban o haciéndonos pasar por una sola persona.
     Mi madre tuvo que dejarnos nada más nacer porque no solo había tenido una hija, así en femenino, sino ¡dos! Por eso, a escondidas, nos crió una  ya casi anciana mujer, Akame, y crecimos en la pequeña tienda de tés que regentaba sola desde la muerte de su marido. Nos salvó la vida y gracias a ella las hermanas pudimos estar juntas.
     En la parte de atrás de la tienda  había un patio con dos árboles, un almendro y un cerezo de cuyo tronco salían dos grandes ramas que se diversificaban en las alturas en infinitos brazos. La luz de la mañana se enredaba en sus hojas y en primavera una nube de flores cubría nuestro cielo mientras jugábamos y entonábamos sencillas canciones que hablaban de que el almendro era Akame y el cerezo nosotras dos, unidas en nuestras raíces. Aquel era nuestro árbol, éramos nosotras. Desde el patio se accedía a un  suave valle donde la anciana cultivaba las plantas de té. Entre juegos aprendimos a cultivarlo, a  prepararlo y servirlo. Aunque éramos muy pequeñas todos los días repetíamos la ceremonia del té hasta que nos salía a la perfección, porque la anciana Akame  la consideraba muy importante. 
     Recuerdo todo porque cada día de mi vida, lo he revivido en mi memoria, y aparece algo que ahora me resulta curioso y es el hecho de que la vieja Akame, cuando iba alguien a la tienda a comprar, de entre todas las variedades de té elegía según la persona que lo iba a tomar. Por eso no se precipitaba en preparar el paquete que iba a vender, sino que  invitaba a la persona  a sentarse, la obsequiaba con una taza de té, frio o caliente según la época del año, observaba cómo se movía, cómo sonreía. Se fijaba en cómo ponía las manos y gesticulaba y, entonces, elegía el que ella consideraba más adecuado. Si el té era para regalo preguntaba delicadamente  para quién era y procuraba conocer, siempre con la mayor discreción, alguna cualidad de la persona que lo iba a recibir. Akame decía que el té era un regalo de la madre naturaleza y había que respetarlo como tal, por eso había uno para cada tipo de persona. También esos momentos eran ceremoniales Y Xiao Chen y yo aprendíamos  minuciosamente. Hace mucho tiempo que ocurrió todo esto; han pasado muchas cosas en mi vida desde entonces. Ahora esta espera, interminable, me  lleva a mi niñez y yo me dejo llevar.
     El día que cumplimos seis años sucedió algo que si bien no pude comprender entonces ni todavía hoy puedo explicar, supuso un antes y después en nuestras vidas, y digo nuestras porque, aunque  no sé cómo afectó a Xiao Chen, a mí me lo cambió todo.Tres personas desconocidas, al menos para nosotras, vinieron a la tienda y después de discutir con Akame largo rato,  me llevaron con ellas a un lugar en el que había otras niñas, que como yo, no tenían padres. No sé porqué solo me llevaron a mí; lo he pensado muchas veces y he llenado mis noches de conjeturas y suposiciones llegando a la conclusión que no sabían que éramos dos las niñas que vivíamos allí. Lo cierto es que solo recuerdo del momento el llanto ronco y desgarrado de Akame  mezclado con el mío, y la fuerza de unos brazos que me separaban de ella, a la que yo estaba agarrada, con tanta fuerza que todavía hoy puedo sentir el dolor en las manos. Y después, un lugar inhóspito, días de miedo y soledad, de llanto y de miseria, no sé cuántos hasta que, de nuevo, un hombre y una mujer, de rasgos diferentes, me sonríen y me llevan con ellos.
     Recuerdo el viaje hasta aquí. Con seis años tuve que acostumbrarme a una nueva forma de vivir. Apenas me entendía con ellos, pasaba las horas en silencio, jugando sola, repitiendo la ceremonia del té “para dos” que había  aprendido bien y que tan incomprensible les parecía a mis nuevos padres. En mi imaginación elegía la clase de té para ese día, según cantaran los pájaros, según hubieran sido mis sueños, según hubiera sentido el llanto de los árboles. Poco a poco aprendí a hablar este nuevo idioma, a sentirme hija de mis padres y que formaran parte de mi vida como yo lo formaba de la suya. Y repetía con ellos la ceremonia del té,  como un regalo por su cariño, tal y como recordaba de Akame. Y cuando pude, les hablé de  mi hermana gemela a la que, por supuesto, nunca había olvidado. Y hoy, por fin viene como hija adoptada, como yo, aunque ya sea mayor de edad.
     Ella conoce muchas cosas de mi vida pero otras he preferido que las descubra al llegar, por eso no sabe que tengo una pequeña tienda de tés.
      Pienso en todo esto mientras espero haber elegido bien el té con el que voy a recibirla.




2º Premio

"FLORES PARA IRIS"
de Juan Lorenzo Collado López





     Para esa noche ha elegido un vestido negro que brilla bajo la luz de los focos con enorme intensidad. Entre bambalinas, quienes la han visto le han asegurado que está increíble, mucho mejor que en sus mejores días.
         El traje apenas esconde sus piernas maravillosas, largas, enfundadas en nylon. Realmente es un encanto y su voz tiene una cadencia estupenda. La mayoría de los asistentes hubieran asegurado que sería capaz de alcanzar lo más alto de la fama.
          Está preciosa y la sonrisa que Iris desparrama por cada rincón de la sala enardece los ánimos de sus incondicionales.
         Cuando acaba de cantar, algunos de sus seguidores se levantan entusiasmados aplaudiendo hasta que Iris queda tras las cortinas, alegre por otro nuevo éxito que asegura la continuidad de su ya imperecedero espectáculo.
         Acoge con agrado las tarjetas para que acepte acompañar a alguno de los presentes. Las lee: algunas, atrevidas; las más, correctas, llenas de deseo por ella, por compartir unos minutos a su lado.  Le complace examinarlas y siente la tentación de aceptar, pero, como ya ha hecho en otras ocasiones, no accede y se marcha a su camerino.
           Se mira en el espejo. Enciende un cigarrillo y se dedica una sonrisa. Se la merece.
       Coge un frasco con el líquido correspondiente y comienza a desmaquillarse y, una vez ha finalizado la operación, se quita la peluca y se alborota su cabello corto y negro con las manos para observar que no ha perdido su color ni su fuerza, no existe ni la más mínima señal de alopecia y eso la satisface haciendo que le dé una profunda calada al cigarrillo.
          Procede a quitarse las pestañas postizas, el carmín rojo intenso  y las uñas de porcelana que guarda con cuidado para otra ocasión. Se levanta y se mira. Ya sólo queda el traje con una pequeñísima faldita, y baja la cremallera para ver, ya está acostumbrada, pero le gustaba hacerlo después de cada actuación, su cuerpo de hombre. Debía haber sido de mujer, era lo que le hubiera gustado, pero la naturaleza había fallado en su cuerpo o en su mente. Piensa que debe volver a tener en cuenta la posibilidad de una operación que haga acorde su anatomía con su persona.
         Se encoge de hombros y se pone unos vaqueros y una camiseta con unos dibujos de manga, aplica un poco de color rosa en los párpados y los labios y se encuentra estupenda.
           No está nada mal, ese es el momento de ir a tomar una copa con los amigos y quién sabe, si llega la ocasión, podrá llegar a algo más esa noche, se encuentra predispuesta.
           En ese momento llaman a la puerta. Se gira extrañada por la interrupción de sus pensamientos. Ha ordenado que nunca dejen pasar allí a nadie.
         Abre para encontrarse con un hombre que lleva un ramo de flores y una cajita con aspecto de contener un regalo de joyería. Lo reconoce, es uno de los clientes que no faltan a la actuación del fin de semana.
-Quisiera ver a la señorita Iris.
-No está, se ha marchado con mucha prisa. Ni tan siquiera le ha dado tiempo de cambiarse.
         El hombre no sabe qué decir. Mira decepcionado. Le ha costado mucho burlar la vigilancia de un par de trabajadores y sobornar generosamente a otro más para estar junto a ella, para que le dedique una sonrisa a él tan sólo y lo único que se encuentra es a aquel pedazo de mariquita que ni tan siquiera le dejará llevarse algún recuerdo.
-¿Podría pasar y ver su camerino?
-Lo siento, me costaría mi puesto de trabajo. Pero ¿Sabe una cosa? Yo también me llamo Iris y me encantan las flores.
          El hombre lo mira con desdén, con un asco infinito y se marcha sin importarle mostrar todo su desprecio.  


Texto: Autores premiados
Fotografías: Pilar R. de los Santos