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MURILLO, 1617-1682 |
Con su acostumbrada simpatía y algunas chispas de humor, María José ha venido esta tarde a nuestra sede del brazo de un personaje tan espléndido como su obra y una vida bastante interesante. Hoy nos habló de:
Bartolomé Esteban Murillo nació en 1617 en el seno de una familia de catorce hermanos, de los que él fue el benjamín. Quedó huérfano de padre a los nueve años y perdió a su madre apenas seis meses después. Una de sus hermanas mayores, Ana, se hizo cargo de él y le permitió frecuentar el taller de un pariente pintor, Juan del Castillo. Se casó con Beatriz Cabrera con la que tuvo 9 hijos.
Adquirió fama personal tras pintar una serie de lienzos destinados al claustro de San Francisco el Grande en 1645. Después de pintar dos grandes lienzos para la catedral de Sevilla, empezó a especializarse en los dos temas iconográficos que mejor caracterizan su personalidad artística: la Virgen con el Niño y la Inmaculada Concepción, de los que realizó multitud de versiones. Sus vírgenes son siempre mujeres jóvenes y dulces, inspiradas seguramente en sevillanas conocidas del artista.
Murillo pintó a la gente humilde, la más miserable de Sevilla, la clase más desfavorecida debido a la subida de impuestos por la falta de dinero en las arcas españolas. Su obra no es estática, como la de Zurbarán, si no que acerca su pintura a estas gentes que, además de consuelo, necesitaba mejorar su vida. El pintor creó santos parecidos a ellos a los que se acercaban para rogar.
Con algunas de sus obras vamos a descubrir cómo, con el paso de los años, Murillo pasó de ser un pintor influenciado por el Barroco y alguno de sus representantes, como Zurbarán, a un artista único y excepcional que supo plasmar en sus "vírgenes" la belleza de la mujer andaluza como ningún otro.
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San Diego |
En esta obra hay claras influencias del Barroco, oscuro y lúgubre. San Diego es un santo de los llamados "limosneros" a los que el pueblo se solía encomendar y el artista lo creó identificándolo con su mismo aspecto.
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Fray Junípero |
Siguen las reminiscencias barrocas pero como novedad vemos que aparecen las edificaciones por primera vez en las obras del pintor.
Tal vez el Murillo más conocido por el público sea el de las Inmaculadas, pero hay otro Murillo, el de los niños de la calle, el de los pilluelos harapientos y piojosos que se reparten un melón robado, juegan a los dados o comparten almuerzo en aquella Sevilla que se hundía en la miseria, abrumada por los impuestos y la pujante rivalidad de Cádiz, tras la peste del 49.
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El joven mendigo |
Nos muestra el abandono, la tristeza y la miseria en la que vivían la mayoría de los niños. El foco de luz nos dirige la mirada hacia la acción de quitarse las pulgas que lleva a cabo el protagonista de esta obra
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Niño con perro |
En puro contraste con el anterior, este niño es un canto a la felicidad y la alegría. Los claroscuros inciden directamente en el rostro y las manos.
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Niños comiendo |
Seguimos observando la influencia de Zurbarán, con esos blancos puros a los que nuestra vista se dirige como si la guiase un haz de luz.
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La cocina del infierno |
San Francisco observado por el clero en su meditación, levitando, mientras en la cocina ángeles y querubines preparan la comida.
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Huida a Egipto |
Vemos aquí cómo Murillo le da a San José reconocimiento como persona, no como estampa. Sigue el efecto de la luz sobre el blanco, contrastando con la placidez de la Virgen y del Niño frente a la de preocupación de San José
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La Sagrada Familia |
Mirar este cuadro nos provoca gran ternura. Aúna la religiosidad con lo profano ya que nos muestra a una familia fácilmente identificable con alguna del pueblo. Destaca la belleza de la cara en la Virgen.
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Virgen del Rosario |
Algo inédito hasta ahora es ver una imagen de la Virgen tan juvenil. Es innovadora en representar al Niño abrazando a su madre y el rosario abrazando a ambos. Incluso en los ropajes comienza a crear variaciones de los cánones que dictó Pacheco (suegro de Velázquez) tras el Concilio de Trento.
Se considera a San Antonio como la estrella de la benevolencia que cautiva el corazón con la excelencia de sus prerrogativas y amando la bondad. Destaca en este cuadro el rompimiento de gloria y la calidez de la espera al Niño.
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Dolorosa |
Murillo nos muestra a la Virgen en una actitud implorante, aunque su postura nos recuerda facilmente a la de La Piedad a pesar de que falte Cristo en sus brazos. Es una imagen visiblemente afligida por la soledad.
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Santa Justa |
Santa Justa, junto con su hermana Santa Rufina, ambas mártires, son consideradas las patronas de Sevilla. Eran alfareras y formaban parte de la comunidad cristiana clandestina. Martirizadas al negarse a colaborar con el ídolo local Salambó, razón por la cual Murillo las pinta portando cacharros de barro y la palma, símbolo del martirio.
Destaca esta pintura por la luz en la cara y en el blanco, por sus manos estilizadas y el fino y bello perfil que pudiera representar a una joven sevillana, secularizando la figura por su belleza y sensualidad.
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San Francisco abrazando a Cristo |
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