Ya ha pasado un tiempo y nos apetece volver a escuchar, o mejor dicho leer, los relatos ganadores del Certamen de este año.
Muchas gracias a todas por enviarnos sus historias, seguramente salidas del alma en su mayoría y escritas con el corazón convertido en máquina de escribir, o en bolígrafo las que vinieron manuscritas. Por ello les dedicamos la máxima atención y las leímos con el mayor de los respetos, haciendo nuestros esos sentimientos que nos llegaron a emocionar.
Recibimos historias de amor entre guerras, penurias vividas en tiempos negros...Porque el corazón tiene memoria y muchas veces no puede olvidar...
Alguna que otra historia aprovechaba la ocasión para denunciar aquello que a su parecer es injusto...Dándole forma para expresarlo a través de un relato cargado de incertidumbre
Otra historia que, como mujeres, nos hizo enfadar...El marido que no comprende la pasión por escribir que tiene de su mujer.
Recibimos diálogos con el corazón, un corazón que a veces es tormenta y huracán en erupción, y otras parece una mitad partida por la mitad.
Historias de sentimientos encontrados, lágrimas que se tornan rojas...La esposa de un coronel nazi enamorada de un judío y...eso cambió las reglas, denunciándose a sí misma 30 años después.
Relatos de cajas maravillosas y mágicas de las que salen letras para enseñar a leer a muchachos de barrios marginales con ganas de aprender...
Objetos inanimados protagonistas de algunas de ellas, como una máquina de escribir muy reivindicativa que acompañaba a su dueña, Clara Campoamor, en los viajes ...O una lámpara que habla y ve cómo ha pasado la vida de su dueño tocando con los nudillos en los cristales de las ventanas.
Tampoco faltó la historia con dos protagonistas especiales este año conmemorativo, Don Quijote y Sancho.
Y sentimientos ¡Qué importantes son los sentimientos si son de soledad al final de la vida, contados con todo el cariño deseando que a los hijos les llegue un amor intenso y verdadero como el de sus padres!
Y cuentos que hicieron latir fuerte el corazón con las historias contadas por una abuela en una escalera mágica.
O los recuerdos...tan fundamentales en nuestras vidas acompañándonos hasta el final....
Aquí transcribimos los escritos tal y como nos los hicieron llegar sus autoras:
1º PREMIO
"DIÁLOGO DE INTERIOR"
de Carmen Vela Muñoz
Colgó el teléfono con calculada lentitud, encendió un
cigarrillo y se dejó
caer en el sofá. El día apuntaba sus primeras luces que,
furtivamente, se
colaban en la habitación a través de la ventana, yendo a
posarse en los
numerosos cristalillos que pendían de la añeja lámpara
del techo,
transformándola en un animado tiovivo de colores. Miguel
detuvo su
mirada en ella, sin verla; sus ojos dejaron asomar apenas
unas lágrimas.
Nunca imaginé que pudieras llorar
Ni yo que tú hablaras
Bien, y ahora que nos hemos descubierto, ¿por qué no me
cuentas algo
de ti?, siempre tan reservado, tan frío, ¿acaso eres de
los que andan por
la vida aparentando dureza para esconder su debilidad?
Es posible pero nunca me he parado a pensarlo, pensar
requiere
asomarse al interior de uno mismo y eso siempre me ha
producido
vértigo; tengo demasiadas dudas, mi vida está colgada de
numerosos
interrogantes,
Eso en mayor o menor medida le ocurre a todo el mundo y
no por eso
van por ahí dándoselas de duros,
Oye, para ser una simple lámpara parece que entiendes
mucho de la vida
no?
Es por mi situación; desde aquí arriba se ve todo con
mucha perspectiva y
como no tengo otra cosa que hacer!
Pues si, tienes razón, me las doy de duro, pero en mi
caso debía ser así;
lo aprendí muy pronto, a la fuerza, me lo enseñó mi
padre; desde donde
alcanzan mis recuerdos crecí con la ausencia de mi madre
a la que no
conocí; una noche mientras cenábamos le pregunté por
ella; se levantó
con repentina brusquedad y acercándose a mi me propinó
dos
contundentes bofetadas como respuesta; aprendí la lección
y no volví a
preguntar jamás pero nació en mí el primer interrogante,
¿Y tu hermano... no dijo nada?
No se atrevió a levantar la mirada del plato,
Y más tarde, cuando os quedasteis solos ¿tampoco dijo
nada?
No, entre nosotros existía poca comunicación; nuestra
vida transcurría
trabajando con mi padre en la huerta y ayudándole a
vender las verduras
en el pueblo,
Pero iríais a la escuela, desde aquí arriba te he visto
pasar horas leyendo,
No, no fuimos a la escuela, pero en las temporadas que mi
padre tenía
menos trabajo, por las tardes íbamos a casa del maestro.
Miguel, a su pesar, comenzó a desgranar recuerdos que le
hacían revivir
la tristeza de aquellos años. Entre los recuerdos se
reveló ante sus ojos
uno que posiblemente fuese de los pocos felices de su
vida. Se veía
saliendo de la iglesia el día que hizo su primera
comunión, las vecinas y
algunas conocidas se acercaban a él para obsequiarle con
un abrazo o
un gesto de cariño, suficiente para alguien que no había
sabido de
cariños ni ternuras y que por primera vez era centro de
atención; en aquel
momento se sintió querido y fue feliz.
No te comprendo, evocas un instante de dicha pero tu
gesto te
contradice,
Tienes razón, intento pasar de puntillas por los malos
momentos y
seguramente, a mi pesar, sean los que más me hayan
marcado, ellos
están ahí, como fieles guardianes, señalando el camino
por el que ha
discurrido mi vida; la incomunicación, la soledad...
cualquier cosa para no
sufrir, porque ¿sabes? aquel día, que fue uno de los más
felices, también
fue uno de los más desgraciados porque le vi la cara
amable a la vida y
supe que no se la volvería a ver; esa noche lloré, lloré
hasta quedarme
sin lágrimas; fue entonces cuando decidí cerrar mi
corazón a cal y canto,
no quería volver a sufrir, cómo ves, me las gastaba de duro
pero en el
fondo era un cobarde,
Te castigas demasiado ¿no crees
Quizá... pero ¡he cometido tantos errores!, posiblemente
todo hubiera sido
distinto de haberme ido con mi hermano,
Cuándo fue eso?...
Hacía tanto tiempo. Miguel, una vez más, volvía a
recordar: sucedió una
noche, cuando ya su padre dormía, el hermano se acercó
hasta su cama
y susurrándole al oído, le hizo saber su plan; se
marchaba de la casa esa
misma noche y estaba dispuesto a llevárselo a él también;
Miguel se
asusto, apenas tenia doce años y no conocía el mundo más
allá del
pequeño riachuelo que rodeaba el pueblo, por lo que
renunció a
acompañarle no sin antes preguntar a donde iría. Su
hermano de forma
rotunda le contestó “con madre”. Esta sorprendente
revelación zarandeó
a Miguel dándole de bruces con una realidad que le dejó
completamente
desarmado. Se volvió más retraído y la relación con su
padre empeoró
aún más. En cuanto pudo y gracias al servicio militar, en
el que se alistó
como voluntario, se alejó del pueblo y de su padre
El resto casi lo puedes contar tú, encontré trabajo y
esta pequeña
buhardilla donde, por lo que estoy viendo, no estaba
solo,
¿No has vuelto por el pueblo?
Sí, en una ocasión, pero si no te importa prefiero no
hablar de eso,
Aunque no hables lo llevas presente, se te escapa por los
ojos,
Tienes razón, ni en sueños logro olvidarlo; fue hace unos
años. Nos
llamaron del pueblo; nuestro padre estaba muy mal y
quería vemos.
Cuando llegamos él ya no hablaba, apenas abrió los ojos,
nos miró y se
fue para siempre. Al día siguiente y después de recibir
las condolencias
de los vecinos y algunos amigos, cuando salíamos del
cementerio alguien
se cogió de mi brazo, me detuve y la miré, pues se
trataba de una mujer;
una mujer entrada en canas, con la cara escrita por el
lápiz del tiempo
que acentuaba el trazo en las comisuras de los labios,
revelando la
tendencia a la sonrisa, aunque contrastaba con un aire de
velada tristeza
que ensombrecía la transparencia de sus ojos, su mano,
menuda, me
oprimía el brazo con cierto temblor pero su voz sonó
segura cuando me
dijo: “¿no me conoces?, soy tu madre”; todo se borró de
mi vista excepto
ella, su figura, sus ojos; un impulso irrefrenable me
empujaba a abrazarla
resarciéndome de los años privado de su presencia, de su
afecto,
mientras que de mi boca pugnaban por salir
atropelladamente el rosario
de porqués que día a día había ido engarzando, sin
embargo me solté de
su mano diciéndole con extremada dureza, "has tardado
demasiado en
decírmelo, ¿no crees?” y me alejé. No la volví a ver, y
no volveré a verla;
la llamada telefónica era de mi hermano, mi madre murió
ayer,
Bien, y ahora qué, no pensarás quedarte así siempre,
derrumbado bajo el
peso de tus cuarenta años,
Y, ¿qué otra cosa puedo hacer?,
Lo que sea menos seguir como hasta ahora, colgado del
ayer como
esos trajes de los que nadie se acuerda y terminan
olvidados en el fondo
de un guardarropa. Mira a la vida y sal a su paso, atrápala,
no sigas
siendo un cobarde.
La ciudad se despertaba con los sonidos habituales:
transitar de coches,
bullir de gentes, algún bocinazo impaciente, el lejano
ulular de una
sirena... ecos de vida que tocaban con los nudillos en
los cristales de la
ventana, Miguel aplastó el enésimo cigarrillo y
dirigiéndose hasta ella la
abrió. Un viento inesperadamente fresco le saludó en
plena cara. Miró
hacia abajo; los árboles mostraban su desnudez al tiempo
que la calle
aparecía vestida con los colores ocres del otoño.
La vida seguía, ¿por qué no?...
2º PREMIO
"PRIMERA EDICIÓN"
de Eva Barro García
Pasábamos
por delante del Café Comercial. Me gustaría decir que me invitó, y estoy segura de que en aquel momento me creí
que me estaba invitando, porque todavía quería y necesitaba creerlo, pero lo
cierto es que apenas ordenó entre dientes “vamos a tomar un café”, y empujó la
puerta sin ni siquiera preocuparse de si yo le seguía.
Se
sentó, dejándome la única posibilidad de colocarme: frente a él, de espaldas al
resto de las mesas. Y se conectó al modo “arenga ininterrumpida”, una de las
dos posiciones que tenía su sistema de comunicaciones: o cogía carrerilla y era
imposible intervenir, ni siquiera para darle un parabién, o se enrocaba en un
silencio provocativo e inculpador. Ambas opciones me producían una irritación
gástrica poco agradable.
— ¡Uno
con leche y un descafeinado!
— No,
espera, yo prefería… bah, da igual.
— Te lo
dije veintitrés veces ya, y no me haces caso, así que a ver qué remedio me va a
quedar que tomar otro tipo de medidas, después no me vengas con monsergas, que
ya sabes, te atienes a las consecuencias. Que yo necesito otra cosa, que esto
no puede seguir así y no va a seguir así. Quiero una vida normal, Priscila, una
vida normal, la cena al llegar a casa, la ropa preparada y un poco de
televisión. Que no estoy dispuesto a
salir de la oficina y tener que ir a recogerte por ahí, a la puerta de
cualquier tugurio, donde cualquier tarado lee versos y lo peor, donde crees que
a ti te escuchan tus paridas. Y se acabó eso de desperdiciar fines de semana
arrastrando el coche por esos pueblos, cada vez más lejos, para que te den un
papelito de colores, un cheque de mierda y te babee el subnormal del alcalde de
turno, y encima yo, como un imbécil, haciendo de fotógrafo, que sabes que
maldita la gracia que me hace. Y me da igual que te pongas para arriba que para
abajo, Priscila, que esto se acabó y ya está, que todo tiene un límite y esa
majadería tuya de dedicarte a escribir la corto yo de raíz ahora mismo, aquí
mismo, delante de este café, que ya está bien de…
Volqué
el sobrecito rojo sobre la leche, y también la dosis de azúcar, e intenté
distraerme removiendo el café. Al poco tiempo, ya era un brebaje lo
suficientemente homogéneo como para enfadarse si lo seguía agitando, le estaba
destrozando la espuma. Había otro azucarillo en el plato y me dediqué a darle
vueltas, arrastrando los dulces cristales hacia un lado, después hacia el
contrario, hacia una esquinita, donde no cabía todo el contenido del sobre,
haciendo dobleces con el papel del envase, deshaciéndolas para volver a
golpearlo contra la mesa, suavemente, notando como el azúcar fluía entre mis
dedos, jugando a ser líquido.
— Así
que ya no te lo repito más, Priscila, que esta es la última vez que me pilla
esta hora intempestiva de la noche en la calle, y todo para que no vuelvas sola
de eso que llamas recitales, y no me vengas con la copla de la cultura, que
esto no es más que una chaladura que te dio y que corto yo de raíz ahora mismo,
aquí mismo, delante de este café; y no se hable más, coño, que esto ha llegado
ya a un punto en el que uno pierde los estribos y termina haciendo una
barbaridad, y ya te dije veintitrés veces que no aguanto más. Después se
extraña la gente de las noticias, pero es que hay que joderse, lo que tiene uno
que aguantar, hasta que se llega al límite, Priscila, y esto está llegando
demasiado lejos, pero para eso estoy yo aquí, para cortarlo de raíz y evitar
que termine en desgracia. Con lo que yo te quiero, Priscila, y tú, sacándome
continuamente de mis casillas… ¿Por qué crees que te llamo varias veces al día?
Si no te quisiera… Pero te juro que esto se acaba, de una manera o de otra, se
acaba, y se acaba ahora mismo, aquí mismo, porque…
Eso
digo yo, antes me llamaba para preguntarme dudas ortográficas, pero ahora que,
por fin, aprendió a usar el corrector informático… Vacía mi taza, y agujerado
el paquetito blanco, intenté que estuvieran quietas mis manos cada una en un
bolsillo de la chaqueta, y fue entonces la vista la que, inquieta, buscó
horizontes, dentro de sus limitadas posibilidades, huyendo de aquella prédica
que se iba tornando, a cada momento, más agresiva. A mi derecha había una mesa
vacía, y en la siguiente, un hombre bastante grueso mostraba unos documentos a
una joven, que escuchaba, asentía, parecía pedir explicaciones, y por fin,
sonrientes ambos, firmaron en todas aquellas hojas. Se fue el numeroso grupo de
clientes ruidosos que estaba a mis espaldas y empezó a llegarme nítidamente la
conversación más próxima. Aquella muchacha firmaba su primer contrato editorial
y aquel orondo señor era, nada menos que un editor. Nunca había visto a uno de
cerca, aunque sí me había planteado la necesidad de hacerlo. La chica recogió
sus copias en una carpeta y se levantó; él también, galantemente para
despedirla con un apretón de manos y volvió a sentarse, ya solo, dispuesto a
teclear febrilmente en su móvil.
Y
el resorte se disparó. Y mi cuerpo se incorporó tomando el bolso del respaldo
de la silla, y mis pies me apartaron de la mesa donde aún había un café con
leche, ya frío, atemorizado ante los puñetazos en el tablero que, aunque algo
contenidos, le hacían saltar y derramarse, soportando aquella perorata que ya
olía a peligro. Él creyó que iba al baño, y le molestó mucho que no se lo
dijera, fue lo último que quise oírle. Supongo que su cara de incredulidad
habrá merecido una foto, pero no me molesté en comprobarlo. Tomé asiento frente
al rubicundo y bien trajeado señor.
— Disculpe
que le interrumpa, no quisiera hacerle perder el tiempo, así que se lo diré
rápidamente: Me llamo Priscila de la Flora. Si el nombre le sorprende, espere a
saber que cuento con un inventario de premios literarios que ocupa cuatro
páginas. Mi mayor ilusión es publicar, y creo que usted me ha sido
providencial, pero antes, le ruego que llame a la policía sin perder un
segundo, porque necesito seguir viva para disfrutar mi sueño. Por favor… por
favor…
PREMIO CATEGORÍA INFANTIL
"MIS RECUERDOS"
de Andrea Molina Ortega
Ya que tengo
esta oportunidad de escribir unas líneas, quiero dedicárselas a
dos personas
que ya no están en mi vida en presencia porque están en el cielo,
pero sí en mis
pensamientos. Esas personas que son tan importantes para mí
son mi abuelita
Eloisa y mi prima Lucía.
La primera que
nos dejó fue Lucía el 10 de marzo, con tan solo 17 años
después de
luchar contra una enfermedad. Ya ha hace de eso 7 años y parece
que fue ayer cuando
jugaba conmigo y de la noche a la mañana se puso tan
malita que me
acuerdo que daba paseos con ella y le tenía que ayudar a
caminar porque
iba cojeando, mi madre ahora que soy mayor me contó que
tenía que
llevar peluca, yo no me daba cuenta, solo le decía que por qué
llevaba puesto
en la cabeza pañuelos y ella me contestaba que tenía el pelo
sucio. A mi me
llamaba la atención que su hermano la tenía que coger en
brazos para a
su casa porque no tenía escaleras y ella no las podía subir.
Cuando nació mi
hermana, ella quería ir a verla, y al subir al coche la tuvimos
que bajar porque
le dolía mucho estar sentada. Yo era pequeña pero me daba
cuenta que mi
madre lloraba mucho y no me quería decir por qué, hasta que un
día fue al
colegio la amiga de mi madre a por mi y le pregunté que por qué no
venía mi madre
a por mi y le dijo que mi prima se había puesto malita, hasta
que por la
noche llegó mi madre y me lo contó que ya no estaba con nosotros
Lucía yo no lo
entendía del todo muy bien hasta que fueron pasando días y mi
tía no parecí
ella, se pasaba el día abrazando un cojín con su fotografía.
Lo que he
aprendido de todo esto es que las personas queridas nunca mueren,
viven en
nuestro recuerdo y pensamiento.
Y la otra
persona es mi abuelita Eloisa que yo la conocí ya enferma sentada en
una silla, pero
cuando llagaba a su casa se ponía muy contenta, y había que
ayudarle a
caminar y le daba la mano sin decir muchas palabras, lo decía todo
con su mirada
de cómo nos quería, y cuando hacía buen
tiempo la sacábamos
a pasear en la
silla de ruedas y recuerdo que yo me sentaba encima de ella y
mi madre y mi
abuelo se turnaban para llevarnos a las dos, como dice mi
madre que le
hubiera gustado disfrutar más de su madre, que le da mucha
envidia sana
cuando va una hija con su madre y van a todos los lados juntas,
como hacer los
recados, y sobre todo en cosas señaladas, como el día que me
compraron el
vestido de mi comunión que ella no puedo venir a verlo como
estaba enferma.
Ella nos dejó en 9 de Septiembre.
¡Y qué bonito
sería traer de regreso a alguien del cielo! Pasar un día con esa
persona, una
última vez, darle un último abrazo, un último beso, escuchar su
voz nuevamente.
Tener otra
oportunidad para decirle: ¡Te quiero! ¡Te extraño!
Y al mismo
tiempo decir que aprovechemos cada segundo que estemos con
nuestros seres
queridos y decirles cuánto los queremos, porque en un
momento pueden
cambiar las cosas y nos podemos arrepentir.